lunes, 9 de noviembre de 2009

Ser MADRES

Un mes atrás le avisaron a mi esposa que tenia un discurso el 31 de mayo. Como toda buena mujer lo acepto y quizo preparalo con anticipacion y trabajar en el.
Anoche me pregunto si queria leerlo, le conteste que no, que preferia escucharlo en la sacramental y hoy en la sacramental escuche el discurso de mi esposa desde el corazón. Pude sentir, al igual que muchos hermanos (como ellos me lo comentaron) la importancia de ser madre.
Se que este discurso tocara sus corazones, compartenlo, regalenlo, sientanlo.


Desde niña soñé con casarme y ser madre, en mi época de las M.M.J.J. aprendí el valor y la importancia de prepararse para la maternidad y de adquirir la mayor educación posible antes del matrimonio. Intenté seguir ese patrón lo mejor que pude. Casi como si hubiese sido planificado me casé a los meses de haber terminado la universidad a los meses de habernos casado ya estábamos esperando a nuestro primer bebe. Cuando recibí la noticia de que estaba embarazada, sentí que estallaría de felicidad, me sentía tan preparada para lo que venía. Pensaba que estaba un poco más preparada que otras mujeres gracias a la preparación académica que había recibido.
Una vez nacida Rafaela, en casa ya, comprendí que no se trataba sólo de conocimiento, la maternidad implicaba mucho más, implicaba una responsabilidad enorme. Cada vez que la alzaba en mis brazos, comprendía en una ínfima parte la grandeza de Dios, y pesaba sobre mí la responsabilidad de educar a mi hija a la manera que Dios desea que la eduque. Me sentí absolutamente incapaz de lograrlo, pensaba… ¿Cómo lograré que este ser perfecto vuelva a la presencia del Padre? ¿Cómo yo con todas mis imperfecciones haré que ella logre la perfección?
Durante las siguientes dos semanas mis inseguridades permanecían, de pronto me vi arrodillada rogándole al Padre que me ayudara, que me dijera si iba bien o estaba fallando. Fue entonces que sentí… Tranquila, tú sabes qué hacer… Desde ese día siempre he sabido exactamente qué ocurre con mi hija,  se esfumaron las dudas y las inseguridades…
El Presidente Hinckley en un discurso a la sociedad de Socorro dio el siguiente desafío:
“Levántense, hijas de Sión, acepten el gran reto que tienen ante ustedes”
Con esas palabras el Presidente nos pide que nosotras las mujeres de la Iglesia nos elevemos por encima de las mujeres del mundo y magnifiquemos nuestro llamamiento divino de ser madres. Porque nosotras somos mujeres de convenio.
Vivimos en una sociedad donde el ser Madre a tiempo completo es visto como una pérdida de tiempo. Hay quienes piensan que el estar en casa dedicada a las labores del hogar nos impide desarrollarnos intelectualmente. 
Una de mis escritoras favoritas, es Isabel Allende y en su libro Inés del Alma mía ella hace una reflexión en cuanto a la maternidad: 
Ser madre es considerar que es mucho más noble sonar narices y lavar pañales, que terminar los estudios, triunfar en una carrera o mantenerse delgada.

Parece ser, también que la crianza y educación de los hijos hoy en día ha sido delegada a otras personas, como familiares cercanos, las nanas o los profesores. Incluso dentro de la Iglesia hay quienes piensan que las enseñanzas del Evangelio la deben otorgar los líderes y los maestros de las clases.

En el artículo, “La Familia: una Proclamación para el Mundo” al finalizar el sexto párrafo se nos dice que:
Los esposos y las esposas, madres y padres, serán responsables ante Dios del cumplimiento de estas obligaciones.”

Nosotras las mujeres de la iglesia tenemos un cometido divino, el cual es fundamental para nuestra exaltación y salvación personal, así como también lo es para la exaltación de nuestras familias
Somos nosotras las mujeres a quienes el Presidente Kimball se refería cuando dijo
“El ser una mujer recta en cualquier época es algo glorioso. El ser una mujer recta en los últimos tiempos, antes de la segunda venida de nuestro Salvador es un llamamiento especialmente noble. La fortaleza y la influencia de una mujer recta hoy en día pueden valer diez veces más que en tiempos tranquilos. A ella se le ha puesto aquí para ayudar, enriquecer, proteger y resguardar el hogar, lo cual es la institución más básica y noble de la sociedad. ”

En una oportunidad se le preguntó a una mujer que tenía un huerto magnífico ¿Cuál es su secreto? Su respuesta fue muy sencilla: “Estoy cerca del huerto todos los días, aún cuando no me es conveniente. Mientras estoy allí, busco pequeñas señas de posibles problemas, como hierbas, insectos y condiciones del terreno que son lo suficientemente sencillos de corregir cuando se hace a tiempo, pero que pueden volverse abrumadores si se dejan.” 
Al igual que el huerto de esta mujer, se requiere tiempo, todo el que sea necesario para lograr una familia celestial. El éxito en nuestras labores como madres depende del uso eficaz del tiempo que tenemos. 
Un proverbio dice: mejores son los frutos que el oro. 
Hermanas, en realidad los frutos del tiempo dedicado al beneficio de la familia son mejores que el oro. Yo no cambio por nada el ver a mi hija crecer, ver como adquiere destreza con su cuerpo, cómo perfecciona sus movimientos, como balbucea y grita, sus carcajadas y sonrisas por cosas simples. Comprendo también que a medida que crece la tarea se vuelve más complicada, pero los frutos de nuestros sacrificios como madres dedicadas y abnegadas al hogar serán más dulces que cualquier mermelada que podamos probar. Tengo plena convicción de eso. 
El dedicar tiempo a los hijos es el mejor regalo que nosotras les podamos dar.
Quizás en más de una ocasión tengamos que abandonar algunas tareas a fin de dedicar tiempo a lo que más importa, nuestros hijos. 
Encontré algunos consejos que jamás había escuchado, quizás ustedes sí. 
Uno de ellos dice: 
“La limpieza de la casa tendrá que esperar, porque los bebes crecen, se podrán imaginar; mañana podré sacudir y trapear ahora al bebe voy a arrullar.”
Otra muy buena dice: 
“Limpiar la casa con niños pequeños, es como palear nieve mientras sigue nevando.” 
Es ahora que debemos dedicar tiempo y magnificar nuestro llamamiento de ser madres, debemos enseñar a nuestros hijos la doctrina del Evangelio y también vivirla. 
Hay una canción de una cantante chilena que dice:” Siempre hay tiempo”, sin embargo en lo que respecta a la crianza de los hijos, no siempre hay tiempo como para volver a hacer las cosas que no hicimos antes con ellos, los niños crecen, y existen ciertos aspectos en la vida de nuestros hijos en los que jamás vamos a poder volver a influir. 
Es ahora que como madres debemos aprovechar de enseñar valores eternos a los miembros de nuestra familia. 
Debemos apoyar y animar a nuestros esposos en la planificación, organización y realización de la noche de hogar, la oración familiar, el estudio de las escrituras como familia. 
Debemos ser ejemplo de servicio sincero a nuestros familiares y amigos. De ese modo estaremos enseñando a nuestros hijos la importancia de amarse mutuamente, amar a otros y disfrutar del ser serviciales.


Hermanas dediquemos tiempo para estar cerca de nuestra familia. Al igual que la mujer del huerto examinémoslo cada día, aún cuando no nos sea conveniente. Busquemos bajo oración las señales de posibles problemas y corrijámoslo a tiempo para que no nos atormenten. 
La hermana Virginia Jensen en una oportunidad dijo a las madres:

“No hay nada mejor que puedan hacer con su tiempo para las eternidades. Puede ser pegajoso y sucio, pero cuando la madurez  de sus enseñanzas y de su amor es dulce, no importa lo pegajoso o sucio que haya sido, estarán contentas de haber envasado esos duraznos”

 No permitamos que los desafíos de la maternidad, el agotamiento físico y emocional o incluso las dudas que nos sobrevengan con respecto a nuestras responsabilidades como madres nos lleven a devaluar el sagrado llamamiento divino de ser madres en Sión. 
Nosotras somos quienes debemos poner fin al paradigma de que el ser madre no es un trabajo, pues lo es, y no sólo implica cuidar niños, cambiar pañales, sino que implica criar lo cual incluye las tareas del hogar como cocinar, lavar la ropa, los platos mantener el hogar lo más ordenado posible, debemos además ser líderes en el hogar junto con nuestros esposos, debemos ser maestras durante las noches de hogar, durante las comidas, en las reuniones de la iglesia o en otras reuniones, somos administradoras del tiempo que tenemos, del dinero con el que contamos, de los alimentos que debemos consumir, etc. Eso entre otras cosas incluye el trabajo en el hogar, trabajo que por cierto tiene un sueldo intangible. 
En una ocasión se le preguntó a Napoleón Bonaparte cuál era la necesidad más grande de Francia, y él contestó con una sola palabra: “MADRES” 
Si Napoleón consideró que Francia necesitaba Madres, cuánto más requerirá el reino de Dios de nosotras las Madres de Sión. 
El Padre confía en nosotras…En Indonesia hay unas aves que se llaman Maleo, son muy exóticas y privilegiadas porque viven en una playa exclusivamente para ellas. 
Lo curioso de estas aves además de sus peculiaridades físicas es que se dice que son las Peores Madres del Mundo, porque una vez que ponen sus huevos ellas cavan un pozo profundo en las arenas volcánicas de la playa donde habitan, depositan sus huevos y luego de eso se retiran dejando allí sus huevos para que sean incubados por el calor del sol. Una vez que los huevos se rompen las crías se esconden en el bosque, son totalmente independientes aprenden a volar solos, deben buscar su propio alimento y además deben defenderse de los depredadores que los asechan como las serpientes, lagartos, cerdos y gatos. 
Hoy en día nuestros hijos se enfrentan a depredadores más peligrosos que los que deben enfrentar las crías de los maleo. Los depredadores a los que nuestros hijos están expuestos pueden conducirlos a la muerte espiritual. No permitamos que nuestros hijos queden abandonados en el bosque, cuidemos de nuestro huerto familiar.
Como dijo la hermana Beck: “Las Madres Santos de los Últimos Días debemos ser las mejores en el mundo en defender, cuidar y proteger la familia.” 
Aprovechemos el tiempo que tenemos hoy de disfrutar de nuestras familias, de amar a nuestros hijos, de servirles y enseñarles lo que es correcto. 
Sé que el Padre anhela tenernos a todos de regreso con Él. 
En el nombre de Jesucristo. Amén.

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